El problema no es la toma de decisiones. Puede ser la representación, pero la representación tiene dos caras. Por un lado nos quita la capacidad de decidir sobre el gobierno de nuestras vidas y se las entrega a una elite de burócratas profesionales. Cualquier protocolo de toma de decisiones tiene el mismo problema. Mientras más reglas y procedimientos un protocolo tenga, más y más va a quedar en las manos de aquellos que se tomaron el tiempo y tuvieron el capital (económico, social) para comprenderlo y explotarlo.
Por eso es que los protocolos de toma de decisiones no tienen que ser más dinámicos y eficientes (líquidos), sino más simples.
Pero el problema no pasa por transformar la toma de decisiones, si nos olvidamos de la otra cara de la representación.
¿No puede hacerlo otro?
El problema es la acción. No sirve de nada tomar decisiones, si inmediatamente no viene acompañada de una acción, si nadie se hace responsable de hacerla, si aquellos que toman la decisión no la llevan a cabo, si la energía colectiva se esfumó antes de tiempo.
Esto es lo otro que nos quita la representación.