Hace años venimos instalando la imperiosa necesidad del cifrado de punta a punta, grupal, ubicuo, automático, fácil… Sin embargo no paramos de probar app tras app donde el cifrado siempre es una promesa vacía.
Antes solo podía ser entre dos personas, desde el mismo dispositivo. O había que encontrarse en persona y mostrarse los documentos, dejando para siempre nuestro nombre legal y redes de confianza en la Internet (la alternativa era ser criptopromiscuxs). Ahora podemos enviarnos mensajes cifrados entre varies, siempre que no seamos muches, pero la identidad está asociada a un número de teléfono que está asociado a nuestra identidad estatal. O quizás podemos cifrar en grupo, pero solo cuando todas las personas pueden prestar atención, tienen espacio en sus celulares, tienen conexión total…
Es eso o la vigilancia total, nos dicen todos estos proyectos que nos colonizan la culpa y ahí vamos llevándola a nuestrxs colectivxs.
Al final si excavamos nos terminan diciendo, también, que la criptografía es difícil, no para nosotres.
Lo que no estamos discutiendo sin embargo es que toda la infraestructura de telecomunicación digital no es confiable y está vigilada precisamente porque no es nuestra ni está armada para ser nuestra aliada. En este escenario del ciberespacio el enemigo es le otre.
(Dónde están las identidades colectivas, la sexo-afectividad cyborg…)
Y en este planteo, cuál es el problema de no seguir estos modelos de cifrado que nos imponen y en cambio nos proponemos construirnos ciberespacios de afinidad, donde la desconfianza no sea posible porque hay cuidados mutuos.
Esto implicaría, en términos tecnopolíticos, que empecemos a construir estos ciberespacios para nosotres y nuestres amigues, previniendo el almacenamiento total convirtiéndolo en efímero o justo y necesario y cifrando, sí, pero solo el transporte sin pretender cifrar cada mensaje individual.